Con el bochornoso espectáculo del recuento de votos en las elecciones de Estados Unidos de América, ha caído uno de los últimos bastiones de la confianza de la gente en el sistema.
Las sacas de papeletas del Partido Demócrata aparecidas de la nada e intentadas meter en las urnas como por arte de magia han acabado de convencer a muchos de que la farsa del sistema es completa.
Porque hasta ahora, una parte de la población seguía aferrándose a la idea de que los resultados de las elecciones eran limpios. Sabemos que los gobernantes mienten, roban, estafan y cosas aún peores, pero había interiorizada una especie de fe religiosa en el hecho de que las papeletas de las urnas resultaran intocables.
Pueden robar millones. Pueden alterar el número de muertos de lo del llamado coronavirus. Pueden destrozar la sanidad, la educación, la comunicación… ¡Pero cómo van a alterar el recuento de votos! ¡Eso es sagrado!
Pues bien, ya no es sagrado. Sea quien sea el que esté organizando el teatro mundial, esta semana decidió que al sistema se le vieran las costuras. Millones y millones de personas han comprendido que la confianza que mantenían en los recuentos de votos era injustificada. Millones y millones de creyentes han empezado a dudar o se han vuelto ateos.
El que esté preparando el advenimiento del nuevo régimen está demostrando un hondo conocimiento de la psicología de masas. Y un poder casi total, con capacidad para hacer y deshacer a su antojo. Por desgracia, ya lo vi venir en mi cuento Polyphemus. Espero equivocarme y que ese relato se quede en mera literatura. Pero cada semana que pasa, cada noticia que nos llega, me van confirmando párrafo a párrafo. Por desgracia.