Para el que está atento, todo son presagios y significados. Por eso, os guste o no la literatura fantástica, no desdeñéis sus códigos, porque a lo mejor nos está brindando alguna información de interés que nos permite comprender en qué andamos metidos. Lo digo porque si recordáis El señor de los anillos, de Tolkien –que si no habéis disfrutado en libro al menos seguro que sí conocéis a través de las películas–, sabréis que la desesperanza suponía una de las mayores armas de esa encarnación del mal que era Sauron, el ojo que todo lo ve, qué oportuna metáfora.
Abandonad toda esperanza es una frase que hemos repetido mucho, porque Dante la lee sobre las puerta del infierno. Así es. No existe mayor tortura ni castigo que la de quedar abocado a lo que viene sin guardar en el corazón un resquicio de esperanza. Por otra parte, Nietszche se muestra contrario a ella, pues el filósofo considera que puede ser motivo de debilidad y que sólo cuando un desesperanzado se echa al monte, con la fuerza de un animal acorralado, es cuando saca la versión destacada de sí mismo.
Digo todo esto porque el enemigo que todos tenemos en común y que no es otro que ese grupo al mando del poder –llamadlo como queráis, ponedle los adjetivos que más os aclaren– también emplea la desesperanza como instrumento contra las gentes a las que pretende esclavizar, parasitar, exterminar. El poder nos ofrece su discurso como algo inevitable, y así se lo transmite a sus operarios para que repitan mecánicamente tales enunciados. Ayer decía Feijóo que el cambio climático es incontestable. Y lo es, claro que sí, como lo son todas las invenciones, desde ésa hasta la de los elfos. ¿Qué le contestamos a un elfo? ¿Qué le decimos al CO2? En fin.
Cunde el desánimo a ratos entre la gente más contestataria y disidente. Cansados de batallar contra tanta maldad y tanta estupidez, se vienen abajo, afligidos. Sobre todo, esto les ocurre a quienes se exponen a los medios de comunicación. Y no es extraño, ya que una de las misiones de estas correas de transmisión del poder es precisamente la de modular el ánimo de la masa según les convenga a los de arriba.
Abandonar la esperanza. Vivir asumiendo como inevitable que ganarán esos tipejos. Que lo que diga la Comisión Europea. Que si Hacienda. Que si es más cómodo obedecer. Que no hay nada que hacer. Que es mejor dejarse, habitar en lugar de vivir e ir tirando hasta implorar la eutanasia, tan de moda para quitarse del medio a los ejemplares menos productivos de la granja.
Pero frente a ese desánimo inducido por Sauron, que mostraba a Denethor sólo lo que deseaba que el otro viese –como si estuviera viendo un informativo, cargado de mentiras, valga la redundancia–, ahí tenemos por contra el fuego interno y el ánimo de Gandalf, inasequible al desaliento. Y eso que fue escogido para luchar contra Sauron justo porque le temía, porque sentía la hondura y la capacidad del mal. Como nosotros sabemos que estos canallas no descansan, que su insistencia en esclavizarnos no conoce tregua. O con Gandalf o con Nietszche o con el que más rabia os dé, pero no. Nos plantamos frente a la horda esclavista que nos cerca para gritarle: ¡No puedes pasar! Que les quede claro.