A los pies de la inconclusa Torre de Babel, las multitudes intentan continuar con sus proyectos conjuntos pero ya no pueden: hablan lenguas distintas. Es el mito que explica la confusión. Cuando los dioses temen a los mortales, los sumen en el marasmo, los lían.
Con esto del coronavirus, la población mundial ha alcanzado un grado óptimo de confusión -y de miedo, claro-. Las distintas organizaciones han dicho una cosa y su contraria, desde la OMS hasta el último estudio publicado por cualquier instituto tecnológico.
No es necesaria la mascarilla. Ahora, sí. El virus viene de un laboratorio. O de un animal. Es de diseño humano. Es natural. Se propaga por el aire. No lo hace. Se queda en los pomos de las puertas. Ya, no. El número de muertos baila. Mantened las distancias de seguridad; ahora, negociaremos cuál es la medida de esa distancia.
No se vayan todavía, que aún hay más. Se pasó la pandemia. O no. Es una gripe fuerte. Afecta al pulmón. No: afecta a la sangre, a la coagulación. Los niños son supertransmisores. No lo son. Juntaos. No lo hagáis. Ahora, sí. Depende del motivo. Habrá vacuna. No la habrá o será peor el remedio que la enfermedad. Existen los asintomáticos. No existen. Los test son fiables. No lo son. Habrá colegio en septiembre. No lo habrá. Podéis juntaros en las terrazas. No os beséis…
Incluso si fuésemos tan cándidos como para seguir atendiendo a los medios de comunicación y demás correas de transmisión de ideas y valores del poder, no podríamos mantener un discurso uniforme. Porque de esto se trata: de cambiar continuamente la verdad. Nos dicen una cosa, su contraria, media verdad, la otra media… El objetivo: que nos confundamos, que ya no sepamos a qué atenernos.
¿Para qué? Se me ocurren varias razones. En primer lugar, la confusión ayuda a perpetuar el miedo. Y nos desean asustados, obviamente. Punto dos: a una masa confundida se la divide con facilidad, de modo que nos pueden enfrentar entre nosotros en distintos bandos, mientras ellos siguen a lo suyo. O sea: robarnos, esclavizarnos, dirigirnos.
Y tercero: la confusión es el estado ideal para preparar una futura certeza. Están preparando alguna nueva mentira con la que mantenernos dormidos, y debe de ser de entidad considerable, a tenor de la que están montando. Y esa nueva verdad, sea la que sea, la abrazaremos mejor si venimos de un período en el que nada ofrece seguridad.
¿Te sientes confundido, amigo? Es natural. Es lo que querían. Piensa, si te alivia, que a la lucidez no le hacen falta certezas. Y, en todo caso, siempre nos quedan algunas de emergencia: por ejemplo, que los poderes mienten, por definición. Y en estos tiempos, más que nunca. Al menos, eso te habrá quedado claro ya, ¿verdad?