De todas las aportaciones de Antonio García-Trevinano al pensamiento, creo que el más profundo es el referente a la estética en su obra Ateísmo estético, Arte del siglo XX. De la Modernidad al Modernismo. Porque señala hacia un fenómeno que puede parecer baladí, pero que toca los cimientos mismos de la sociedad. La idea fundamental es que el arte, durante el siglo pasado, deja de creer en la belleza como referente fundamental. Diríamos que se ha vuelto atea la labor artística, y de ahí el título. Una vez que la belleza abandona su trono como aspiración última del artista, se produce un vacío, y ya sabemos que lo que queda vacuo no tarda en ser ocupado, en este caso, por la fealdad.
Lo feo, entonces, impone su imperio. Ocurre en lo pictórico, ocurre en la música, ocurre en lo literario, ocurre en lo arquitectónico. Diríamos que la pintura, la escultura y el urbanismo fueron las primeras disciplinas en caer. Picasso acabó con la pintura, Dalí parece anterior a él, de hecho, soñando representaciones pretéritas al cubismo. Los planes urbanísticos se alejan de la ciudad hecha para humanos y avanzan hacia la idea de jaulas o establos, más para animales. Y ahí iba. Ya sabéis que yo parto de la tesis de que para los que gobiernan el mundo –los que lo gobiernan realmente, no los teleñecos que colocan en el escenario para hacernos creer lo que no es– nosotros no somos otra cosa que ganado. Luego ese ateísmo artístico estaría ordenado desde arriba, en consonancia con las intenciones de unos criminales que ahora pregonan lo que llaman ciudades de quince minutos, eufemismo tras el cual sólo se oculta el deseo de convertir las ganaderías en granjas, donde ni siquiera sea necesario mover al bicho de sus veinte metros cuadrados. Ya vendrán a ver si hemos puesto el huevo del día.
En la música, creo que no admite discusión alguna el hecho de que la fealdad ha tomado el panorama. La de los 80, mitificada por la generación que ahora transita de los cincuenta a los setenta, ya era para pensárselo, sólo que en comparación con las bazofias actuales, inclasificables, parece compuesta por Mozart.
Pero, ¿por qué este deseo de anular lo bello, de acostumbrarnos a la fealdad como norma? Porque la belleza provoca en nosotros altos sentimientos, desde la dignidad hasta la admiración y el respeto por el otro. ¿Qué necesidad, pues, de que el rebaño contemple la hermosura, cuando lo que deseamos es que se revuelque en la condición más primaria y vulgar? «No fuisteis hechos para vivir como bestias, sino para perseguir la virtud y el conocimiento», canta el maestro Battiato citando a Dante Alighieri. Evidentemente, a qué tipo de virtud o de conocimiento se puede aspirar teniendo como banda sonora lo que la actual industria musical produce en serie, equivalente al pienso compuesto para cerdos.
Si esto es así, la belleza se sitúa como uno de los actos más revolucionarios, más rebeldes y disidentes. Morante, Beethoven, Velázquez, Goya, Lorca, Leonardo… Señores, os toca rescatarnos.