Guerra

Guerra en Persia, una vez más. La tierra de los persas, de los iranios, Irán, ese codiciado cruce de caminos donde confluyen las sendas que conectan el sur con el norte, oriente con occidente, la tierra con los mares y el pasado con el futuro. Ahí andan los geoestrategas, intentando explicar los detalles de este nuevo conflicto bélico, ahora aumentado por Trump el Pacificador. Como suele ocurrir, depende de a quién atiendas, escucharás unas cosas u otras. Hay quien se alegra de una guerra contra el Islam, pretendiendo que Israel constituye un dique de contención contra la media luna. Hay quien explica que la creación del propio estado israelí en 1948 perpetuó el enfrentamiento, todo pensado de antemano para que no faltase leña que echar a la hoguera. Hay quien hace cábalas con China y Rusia, como si esto fuese un tablero de ajedrez y Leontxo García pudiese desentrañarnos de qué va todo. Pero más allá de estos análisis, en los que de nuevo podríamos acudir a la teoría de la cebolla de la que hablábamos hace un par de días –la realidad en forma de capas con interpretaciones cada vez más profundas–, lo cierto es que la pregunta que deshace todo el tinglado parece simple e incluso inocente, pero acaba con el cuadro: ¿por qué hay guerras?

Podríamos admitir conflictos bélicos en un tiempo en el que la subsistencia estuvo en tela de juicio, si es que fue así: arraso tus campos y tus ciudades, elimino tu industria por motivos comerciales, rapto a tus mujeres, me aposento junto al río del que disfrutas o me quedo esas manadas de búfalos. Pero hoy por hoy, ¿qué sentido tiene la guerra? Sólo uno: la guerra como objetivo, y no como medio. Si entendemos el mundo como una gigantesca granja, comprenderemos que quienes mandan son los que llevan la manija de todo esto y que nosotros, para ellos, somo mero ganado del que obtener lo que sea que necesiten: energía, mano de obra, obediencia, devoción, placer en la contemplación del dolor, objetos de sacrificio. Sólo así se puede comprender que nadie sepa nada, que aquí se sigan produciendo conflictos bélicos de los que sólo pasados los años te especifican torpemente las causas. Yo sigo leyendo libros sobre los orígenes de la Primera Guerra Mundial, y aún no se ponen de acuerdo. Ni se van a poner, hasta que no admitan que todo esto es un juego para ellos, un juego mortal para nosotros. Porque, al igual que afirmamos respecto a los poderes, hemos de decir de las guerras: no existen guerras, en plural, sino una sola, única, singular, y que es la guerra que los amos de la granja se traen contra nosotros. Presenta distintas manifestaciones, como ventanillas diferentes de una misma oficina: Ucrania, Sierra Leona, Gaza, Yemen, ahora Irán… Pero todos estos frentes pertenecen al mismo conflicto. Y se activan y desactivan cuando ellos quieren, como ellos quieren, con las consecuencias que ellos premeditan.

¿Estamos jodidos? Pues claro que sí. Pero lo hemos estado siempre. No es nuevo. Nuevo es, quizá, que nos hayamos dado cuenta. Habitamos un mundo en manos de gente perversa, deshumanizada, mentirosa y cruel. ¿A qué perder el tiempo debatiendo sobre sus muñecos de quita y pon, que si Trump, que si Netanyahu, que si el ayatolá de turno? Son ellos, los de arriba, los que nunca salen, de los que nada sabemos. Asesinos.


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