Se ha estrenado el documental Frankenstein 04155, que se ocupa de las circunstancias que rodearon al accidente del tren Alvia de Santiago en el que el 24 de julio de 2013 murieron 81 personas y 147 quedaron heridas de diversa gravedad. De momento, la investigación judicial prosigue, con el maquinista como único imputado y con un rosario de decisiones antes y después de la tragedia que son las que esta cinta pone de relieve.
Que nadie espere una hora y media de melodrama. Porque, aunque duela, y duele mucho y hondo, la película va más allá. Es evidente que el Alvia entró muy pasado de velocidad a la curva de Angrois, pero, ¿ese exceso de velocidad explica todos los interrogantes? Veamos.
En Frankenstein 04155 se indaga en las razones por las que el tren de alta velocidad a Galicia se hizo como se hizo: a tenor de lo visto, y a falta de que lo contradigan, con prisa, con intenciones políticas sobreponiéndose sobre las razones técnicas, con trenes armados sin argumentos profesionales, hechos con trozos de otros trenes (de ahí el nombre de Frankenstein). En este tramo, destaca el protagonismo de José Blanco, el ministro de Fomento bajo cuyo mandato y responsabilidad se llevó a cabo este proceso, y al que se señala de manera directa como artífice de esas prisas, de esas malas decisiones tomadas sin conocimiento en la materia.
Pero prosiguen las razones: ¿qué pasó con las advertencias que exigían incrementar las medidas de seguridad, que hablaban del peligro de la curva, que exhortaban a instalar las precauciones técnicas que la alta velocidad requiere y que no se materializaron?
¿Y qué pasó cuando se produjo el accidente? ¿Por qué se negó entonces la evidencia de que se trataba de un percance sufrido en el entorno de la alta velocidad? ¿Por qué ese vaivén imputando y retirando la imputación a altos cargos de empresas públicas? ¿Por qué al final el maquinista es el único imputado? ¿Por qué se impidió en repetidas ocasiones que se creara la comisión de investigación pertinente? Y por ahí, además del de Blanco, ya van entrando en juego otros nombres: Ana Pastor, la ministra de Fomento que tomó el testigo en el cargo, y Rafael Catalá, actual ministro de Justicia, aunque secretario de Estado de Infraestructuras y Transporte en el momento del accidente.
Y de los episodios que más chirrían, el del trato dispensado a los sobrevivientes y a las familias de los fallecidos por parte del presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, liándolo todo con una polémica feísima al año siguiente, cuando, en vez de dar calor a los afectados e impulsar desde su cargo una investigación, lo que hizo fue otorgar unas medallas que se habían rechazado pero en las que él se empeñó y enviar a los antidisturbios para impedir que los familiares entrasen en el acto. Todo muy desafortunado e irremediable.
Aunque lo que de verdad es irremediable es la pérdida de las vidas que se fueron. Si al menos nos quedara la satisfacción de saber que no volverá a ocurrir algo similar por culpa del descuido, la desatención o una mala gestión… Pero no se espera que salgamos de este doloroso proceso con tales seguridades. Quedan muchas preguntas por responder y, aunque no parece que vayan a aclararlas, que no se niegue el derecho a hacerlas, a formularlas. Conocer los entresijos del poder puede quebrar la certidumbre de muchos en el sistema, en los poderes públicos, en los armazones que parecen protegernos. Otros muchos carecemos de esa confianza ciega en las instituciones, y por tanto resulta difícil que nos defrauden. Visto lo visto, la palabra con la que apetece terminar un escrito como este es: dignidad.