Un huracán azotó la tarde del miércoles la plaza de toros de Madrid. Se confabularon todos los vientos y se desataron fuerzas que mecieron los cimientos. Afirman quienes saben que desde el regreso de José Tomás no caía un cometa de tal magnitud sobre el planeta de los toros. Lo que Saúl Jiménez Fortes protagonizó ante las complicadas reses de Araúz de Robles adquirió naturaleza esencial por muchas razones.
Porque ese tornado ha arrancado de raíz tópicos, componendas, trampas y escenarios. En primer lugar, derribando el muro que el discurso oficial ha intentado alzar en torno a la tauromaquia para vender la sensación de que los toros sólo interesan a cuatro chalados. Ayer, en el bar, en la calle, en el teléfono, gentes que no son aficionadas me hablaban de «lo que había hecho ese torero». Fortes, les repetía yo para que se lo aprendiesen. Y, sin conocimiento técnico alguno, ni falta que les hace, sabían estas personas que se habían emocionado. Sólo con cuatro retazos vistos, bien porque les habían pasado las imágenes por el móvil, bien porque zapeaban de paso y se quedaron enganchados a la clara retransmisión de Sixto Naranjo en Telemadrid.
La galerna fortesiana, en segundo lugar, arrancó de cuajo la artificial división entre afición y público. El hondo olé que rubricaba cada muletazo surgía al unísono. La unanimidad en el reconocimiento durante la vuelta al ruedo no presentó grietas.
Tercero, los vientos desatados por Fortes alzaron los telones y destaparon la más descarnada pureza. Muchos comprendieron que así es como se torea, y que resulta muy difícil o casi imposible. Y entonces poseyeron una vara de medir. Algunos, por primera vez. Cuántas aficiones futuras germinaron el miércoles cada vez que el diestro malagueño tragó impávido ante el animal, en quietud, sin atender a las amenazas del toro, imponiendo su imperio a fuerza de técnica, oficio, determinación, compromiso, valor y honestidad.
Y cuarto, azotó el huracán Fortes la estructura de las contrataciones. Se torea más en los despachos que en el ruedo. Pero cayeron las tramoyas con estrépito y quedó al descubierto un cuartito con dos sillas y una mesa mal alumbradas por una bombilla sin plafón. Y vimos que no hay nadie sentado ahí. Comprendimos que cuando hablan de meritocracia apenas aciertan a pronunciar bien la palabra, no digamos ya a creérsela.
Y el ojo del huracán, el propio Fortes, como paradójicamente sucede con estos fenómenos, permanecía tranquilo, aquiteado, sereno.
Tenía razón el torero cuando en noviembre del año pasado, en La Malagueta, me decía en una entrevista para Tendido Cero que, a pesar de tantos parones y obstáculos, él ha seguido un sendero en la evolución de su toreo. No eran palabras vanas, sino cargadas de contenido y sinceridad, como cada pase dado el miércoles. Se ha conocido a sí mismo. Ha transitado el solitario y arduo camino del conocimiento. Ha transmutado el tremendismo en pureza. Da en el clavo Mari Fortes, su madre, cuando en el magnífico documental Proyecto Fortes de Carmelo López se pregunta acerca de su hijo: ¿se merece la tauromaquia un torero como él? A ver quién tiene arrestos de responderte, Mari, torera.