Esperando a Blanco

No es de día aún cuando tecleo estas líneas. La jornada prometía ser larga, pero lo será todavía más, porque antes de lo previsto me han despertado los mensajes de Antonio Blanco. Ya os hablé de él el otro día. Es el protagonista de la novela Sherlock Holmes y el misterio de las voces húngaras, que publica Ediciones Evohé y que presentamos esta misma tarde.

Antonio es la prueba de que esto que llamamos metaliteratura –lo literario siendo observado por el propio hecho literario– es donde desemboca el acto de escribir. Yo siempre he transitado esa senda. Pero no porque en mis textos hayan estado presentes personas reales, de mi entorno, y hasta ficticias: ahí tenemos a Robert Louis Stevenson y a la Alicia de Lewis Carroll en la novela La última maravilla de Alicia, en la misma editorial. No. Sino porque mi vida diaria se halla teñida por lo literario. No se trata de cuánta realidad se introduzca en la ficción, sino de cuánta ficción se da en lo real. Esto, que podría haber sido discutible hasta hace poco, de hecho a Borges se lo discutieron, ya ha quedado al descubierto. Miradlos en los autobuses, en los trenes, en los metros, en los bares, incluso andando por la calle. Ahí andan, pegados a una pantalla, viendo series o programas con discusiones artificiales, o noticiarios donde todo es inventado, o hablando con gentes imaginarias –probablemente muchos sean bots tras los que no se esconde nadie de carne y hueso–. Habitamos una ficción, en gran medida compartida con otros, pero no por entero, de ahí los grupos que se crean por afinidades, es decir, por el hecho de compartir ficciones parecidas. Yo habito una ficción, como tú, lector, en la que siempre se hacen presentes Odiseo en su feroz retorno a Ítaca, D’Artagnan removiendo los cielos y la tierra con esa voluntad que hacía temblar de miedo a Aramis, la citada Alicia soñando que se despierta, Ismael procurando no ser arrollado por el odio de Ahab hacia la ballena, Indiana Jones en busca de fortuna y gloria, Sancho aquijotado, el Quijote asanchado, Kafka matando bichos, Sherezade que nunca acaba, Puck enredando con los amantes a los que tan corta se les hace una noche veraniega, Poe jurando que no echará de comer a su cuervo nunca más, Asimov leyéndole Stanislaw Lem a Philip K. Dick, los Buendía tomando café solo, sin azúcar, Frodo sin lugar al que regresar, Poirot examinando almas, Lovecraft con un terror cósmico a salir a la puerta de casa y el propio Sherlock Holmes, casi inhumano, anhelando el siguiente crimen. ¿Se puede poner en duda, en efecto, que Antonio Blanco me despertó hace un rato? Os aseguro que no. Él está nervioso por la presentación de esta tarde. Dice que no sabe qué decir, cómo hablarle a la gente que aún piensa que sólo es un personaje de ficción. Él, que tanto ha viajado al interior de los libros, con miedo escénico. Me recuerda al torero, valiente ante el animal de seiscientos kilos y tímido ante el micrófono. Antonio, no te preocupes. Los lectores encontrarán en ti a uno de los viajeros más extraños y privilegiados de los que se tienen noticia. Hoy vienes a contarnos tu primera aventura, al interior de una novela de Sherlock Holmes, pero tienes tantas… Recuerda, Antonio, salir de las páginas en las que estés y ser puntual; y no te preocupes, que Javier Baonza y yo te acompañaremos y te lo pondremos fácil. Esta tarde, a las siete y media en la sala María Pandora, plaza de Gabriel Miró, 1, en Madrid. Van a venir todos, Antonio. Disfrutarás.


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