El Papa

Resucita Cristo y muere el Papa. En esta sincronía, muchos han visto un equilibro entre dos platillos de la balanza que estarían soportando polos, posturas y sensibilidades distintas. Y no faltan quienes sostienen que Francisco llevaba ya tiempo muerto, no sé cuánto, y que ahora simplemente se ha expuesto su muerte. No llego yo a tales finuras, porque ni tengo información ni creo que haya modo de confirmar el extremo, pero sí resulta innegable que en el Vaticano se domina la maestría de la escena. Qué otra cosa si no es la liturgia, esa escenificación sagrada.

Como es habitual, a aquellos que se exponen de continuo a los medios de comunicación –sin protección de ningún tipo, sin cremas vendidas por la farmacia, hay que añadir– les esperan varios días o semanas de dimes y diretes, con los todólogos, los expertos en todo, opinando a diestro y siniestro de Roma, de los papables y de las cábalas de cara al cónclave. Esa palabra, cábala, aplicado a esto, no parece ociosa.

En su día, yo trabajaba en un programa de estos de todo y de nada, lo que llaman magazines. Me tocó el echarse a un lado de Benedicto XVI y la llegada al papado de Bergoglio, Francisco a la postre. Contábamos con Paloma Gómez Borrero, que sí que era experta de verdad en los asuntos vaticanos, tras décadas de estrecha convivencia con la curia y sus aledaños. Tampoco es que allí se profundizase más allá de los plazos, los protocolos y las curiosidades de otra era que corresponden. De hecho, las interioridades de la fumata blanca que alzó al argentino a la Cátedra de San Pedro no las hemos sabido hasta mucho después, y esto con prevenciones. La Iglesia, maestra en escenografía, no deja de ser, en lo temporal, la continuación del Imperio Romano, y eso suma muchos siglos de experiencia manejando la púrpura, el cetro, los laureles y el báculo.

Como siempre, nos anunciarán que del próximo Papa Nostradamus ya nos predijo todo. Que será el último de la lista y que vendrá el Apocalipsis –como si no lo tuviéramos encima cada día–. Pero eso es como lo de decir que el próximo verano vamos a vivir los meses más calurosos de la historia. Sabemos que no es así. Ellos están obligados a decirlo y aquí paz y después gloria, nunca mejor dicho.

De Francisco, en lo temporal, creo que lo más destacable es su toma de postura como punta de lanza globalista, tiñendo el blanco papal con los colores variados y temibles de la Agenda 2030. En lo espiritual, un pontífice que declaró que «vacunarse es un acto de amor» ha dejado poco margen de defensa para los exégetas.

Pisamos terreno firme, no obstante. Sabemos que lo que se vote en la Capilla Sixtina será el resultado del estado actual del poder y no de la reflexión de los convocados. Hablo desde el punto de vista temporal, insisto, pues desde el religioso, esto es decisión del Espíritu Santo, y ahí, en ese dogma de fe, no hay terreno opinable. O se acepta o no.

Pero pontífice significa hacedor de puentes. En ese sentido, el puente establecido por Francisco es el que cruza el río de la encrucijada en que nos encontramos y ha pretendido conducir al rebaño hacia el globalismo. Y resulta que no. Que nos hemos quedado en esta orilla. A salvo. Porque todo esto, en definitiva, va de salvación. Y qué casualidad, vuelvo al principio: resucita Cristo y muere el Papa. Amén.


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