El mal

De todas las estrategias del mal, quizá la más eficaz es la del disimulo, la de hacer creer que no existe. Esta columna sostiene la opinión de que el mal gobierna el mundo y de que lo hace, en esencia, mediante la miseria moral y la imbecilidad colectiva. «No achaques al mal lo que bien puede ser explicado por la idiotez», claman algunos, obviando así la máxima opuesta: «No achaques a la idiotez lo que bien puede ser explicado por la maldad».

Tenemos pues a un grupo dirigente, llamémosle, que es el que toma las decisiones, el que diseña, el que marca la hoja de ruta. Ya sabéis: los amos del cortijo. Pero ellos sólo gobiernan, sin luces ni taquígrafos, sin salir en la foto, sin publicidad. Para pisar el escenario, ya cuentan con contratados minuciosamente escogidos. Estos últimos son un medio, una herramienta, y en ellos comienza a operar la miseria moral de la que hablábamos. Basta con esa colilla encendida para prender los campos de la imbecilidad, del miedo y del odio, abonados de antemano.

No hallaréis ningún crimen de los de arriba que no se pliegue a esta plantilla. Por eso, cada vez que se proponen atentar contra nosotros, lo primero que establecen es un negocio lucrativo para esos intermediarios que abarrotan sus jerarquías. Lo vimos con los bozales, en 2020, y lo estamos viendo a diario con cualquiera de los desmanes que padecemos. Como los han seleccionado avariciosos, sin escrúpulos y presos de un delirio material, harán lo posible por enriquecerse mientras llevan a cabo lo ordenado, en ocasiones sin saber ni lo que hacen. Esto es a lo que llamamos corrupción, en un término que no se ajusta a la verdad, puesto que no se ha dado corrupción alguna, tan sólo se ejecutó un plan preestablecido.

De modo que en cada crimen existen colaboradores necesarios, gentes que miran para otro lado, propagandistas que señalan a los que se dan cuenta del asunto y lo denuncian y buenistas que contribuyen al acto criminal pensando que defienden el bien. Cuánto mal aportan el bien común y gentes bienintencionadas que desconocen que sirven a ese inicuo grupo dirigente.

Cada frase de las anteriores se puede aplicar a la totalidad de los ataques recibidos: desde el desmantelamiento de la agricultura hasta el deterioro de los transportes, la educación, la salud o la energía. ¿Y la inmigración? Evidentemente. Oriana Fallaci ya avisó hace más de dos décadas de la manera en la que la sociedad occidental sería desmembrada desde arriba. Los dirigentes siempre han empleado la inmigración como herramienta de control contra el ganado, que te recuerdo que somos tú y yo, según su criterio, pero también el que traen. No les importa mover a masas prácticamente secuestradas, previamente depauperadas o fanatizadas para que ejerzan su accion.

Las instituciones oficiales detrás de cada flujo por desiertos y mares, movilizando ejércitos de menesterosos, angustiados o perros de presa. El inmigrante también como víctima. La sociedad a la que llega, como objetivo. Tíos de cuarenta años o más etiquetados como menores, en una grosera y obvia mentira. El buenismo colaborando a la destrucción del propio buenista. La censura intentando que no veas lo evidente. El brazo de la fuerza defendiendo a quien le paga con el dinero que antes te ha robado a ti. Las cuentas de las ayudas calculadas para quebrar y conducirte a la esclavitud mediante la deuda. La espiral de silencio para que temas quedar señalado por decir lo que sabe todo el mundo. La maldad gobernando mediante la imbecilidad. Una y mil veces: la maldad gobernando mediante la imbecilidad.


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