El dinero

Me parece que me faltan apenas dos copas más con Váitoveck para entender lo del dinero. Si mis castigadas entendederas no han procesado mal lo que anoche nos explicó en el encuentro que en X propició y dirigió Ramón, tan técnico, tan preocupado, tan buen anfitrión, nos llevan engañando con el asunto desde que el mundo es mundo, y en concreto, desde finales del XVII a esta parte.

«Maldito sean los dineros, que no me llegan pa’ na’», canta el Selu de Cádiz, y la cosa está en saber por qué esta pobreza generalizada. Ayer se daba la escandalosa noticia de que los sueldos apenas han subido en España un 2’7% en los últimos treinta años. Y esto es con sus datos, que imagino maquillados. En realidad, los sueldos se han desplomado hasta la miseria a la que nos pretenden conducir. Culpan de esto a la baja productividad, y quizá sea cierto, aunque la causa última no haya que buscarla en esa razón, que sería una consecuencia más y no el origen del problema. España, subcorral de la UE, a su vez subcorral del imperio yanqui, quedó condenada al despeñadero en el momento en el que se impuso el régimen del 78. Todo lo que estamos padeciendo actualmente ya fue planificado con detenimiento entonces. Un país deshecho, una sociedad dividida, depauperada y presa de la bronca perpetua mientras todos los recursos van siendo bombeados a intereses de fuera del cortijo.

El dinero, subraya Váitoveck, es una convención. Un documento que se acepta como un comodín de intercambio. Cuando la creación de ese dinero queda en manos de unos cuantos –siempre los mismos y siempre en todas partes– la ruina posterior queda garantizada. Se puede destrozar un país en un año o menos. Todos los crímenes subsiguientes poseen como piedra angular tal hecho de la apropiación de la génesis dineraria. Se inventaron lo de hacernos creer que ese documento –billete, moneda, tablilla de barro…– debía estar sustentado por un aval metálico simplemente porque ellos controlaban los mercados del oro y de la plata. El dinero no se sustenta en la materia custodiada en ninguna caja fuerte, sino en la convención, en el acuerdo, en el consenso entre todos de que ese objeto –físico o no– va a ser aceptado como modo de intercambio y de referencia para la valoración de bienes y servicios.

Es el pago de los intereses el meollo de todo este engaño. «Son los intereses, idiota», que dirían por ahí. Y la iniciativa Vollgeld suiza de 2018 puede señalar hacia una salida a esta canallada, a decir de Váitoveck.

De entre todas las cosas, el dinero es lo más abstracto que existe. Según Borges, es un repertorio de futuros posibles. El vil metal, le llaman, y en ese sintagma nominal ya tenemos varias mentiras. No es vil lo que se gana con la dignidad del esfuerzo y el ingenio. Ellos nos roban, y ahí sí existe vileza. No es metal, ya lo hemos dicho. Y no es singular, tal y como indica el artículo determinado, pues se pluraliza, se amolda a las hipótesis futuras.

La esclavitud queda instaurada cuando un tipo no tiene manera de saldar la deuda. Váitoveck nos advierte: ni siquiera es a la esclavitud adonde nos conducen, sino a la más absoluta indigencia. En breve, los esclavos griegos y romanos pueden llegar a parecernos señoritos de vida regalada.

Pero a lo que iba: espero haberme equivocado en lo dicho en esta columna, deseo que contenga errores esenciales a la espera de ser corregidos. Así me garantizo unas cuantas copas más con Váitoveck, que es de lo que iba todo esto. Las pagaremos con dinero, claro está, esa metáfora del tiempo.


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