El cachorro

Cuando os cuente la última de los del bar, comprenderéis que no hay decisión fácil de tomar. Que van a adoptar un cachorro. No sé si en plan comunitario o si irá rotando por las casas de los parroquianos. No está decidido. La cosa no es sencilla, porque por lo visto el cachorro tiene mucha tela que cortar. Les han pasado un folleto con instrucciones respecto a la crianza: alimentación, higiene, atenciones… No lo veo claro, porque no están intentando adoptar un cachorro de perro, como yo pensé en un principio, sino un cachorro político. Como lo leéis. En los partidos políticos, tienen tantos que ya no saben dónde colocarlos y parece ser que han empezado a darlos en adopción.

El color del cachorro depende del partido. Los hay de pelaje rojo, azul, morado, verde, amarillo… los de tonalidad naranja escasean, no sé por qué. Aunque parecen muy distintos por esto del color, en el panfleto se explica bien que todos los cachorros pertenecen a la misma raza, que sólo cambia su apariencia.

Te lo dan menor de edad, rondando los dieciséis. Los sacan de las juventudes del partido, que es donde crían camadas nuevas para ir reponiendo a los viejos que se retiran, se mueren o se hacen tan ricos que ya no quieren más. Ah, no, esto último dice el folleto que no ocurre. Bueno.

El cachorro político crece rápido, porque come mucho. Se alimenta de dinero robado de impuestos, que les puedes dar en forma de sueldo directo, subvenciones a través de un amigo o familiar, empresas opacas, sobres… La dieta parece monótona, aunque el formato de presentación sí resulta variado.

Al cachorro se le adiestra para que obedezca al partido. Los primeros meses se descarta a los ejemplares que piensan por su cuenta, porque sólo sirven los obedientes. Los mejores dicen que son los que desarrollan falta de escrúpulos y ansia de ganar fortuna y fama. Son presumidos. Les pasaron fotos de políticos convertidos luego en grandes adultos, algunos conocidísimos. En el bar no se ponen de acuerdo en cuanto al pelaje. En realidad, les da igual. Lo hacen por tener compañía. Por supuesto, hay machos y hembras, e incluso otras treinta opciones más al respecto, que aún no sabemos en qué consisten. Advierten los papeles: no debes creer al cachorro político, porque miente mucho y bien. Si ves que no sabe mentir o te miente poco, lo puedes llevar a que un adiestrador le dé clases y lo anime.

Cuando crece, se le introduce en Ayuntamientos, Diputaciones, listas electorales y un sinfín de instituciones creadas para dar de comer a esta sobrepoblación. Y es que no se pueden exportar al extranjero porque por allí tienen sus propias razas de cachorros políticos y tampoco saben ya qué hacer.

Si se te cría bien, fuerte y ladrón, te brinda satisfacciones al llegar arriba. A ministro, por ejemplo, porque entonces notas que las cosas cambian en tu casa. Hacienda dejamos de ser todos, entran muchos recursos y todo lo que tú te has gastado en criar al cachorro político, si te sale bueno de verdad, te es devuelto en forma de dinero de otros contribuyentes.

En el bar no se deciden. Por lo visto, por las noches el cachorro político no para de ladrar consignas, suelta mucho olor a miseria moral, crea problemas donde nos los hay, se hace sus necesidades sobre el modo de vida de los demás y ataca a los que quieren ser libres. Y en época de celo, resulta caro ofrecerles alivio.

Es mucha responsabilidad, un gasto enorme, y nadie te garantiza que te llegue a adulto, a presidente o algo, sin entrar en la cárcel o en el descrédito. Yo creo que al final adoptarán un tertuliano, que es otra opción que barajan, más modesta pero quizá menos problemática. Los tiempos, que vienen así. Ya os contaré.


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