Distracciones

Se rumorea que hoy pasaportan a Sánchez, no se sabe bien a dónde, si al olvido, al banquillo, al retiro dorado del paraíso fiscal o hacia una nueva pirueta hacia adelante. Si eso ocurriese, que lo dudo, tendría que dedicarle un minuto o dos, pero no más. Porque no tengo tiempo para distracciones: el escritorio se encuentra atestado en el marasmo de todos los mediados de mes, con los libros que han ido llegando desde el último orden impuesto.

También es ronda de lunes, con los teléfonos sonando para repasar lo ocurrido durante el fin de semana por los cosos taurinos, para hacer planes de cara a los días venideros y para desahogar los comentarios de cómo está no sé qué ganadería o tal o cual torero. Pero tampoco podré dedicarle demasiado al asunto, ya que mantengo varias lecturas empantanadas y exigiendo paso, porque el libro leído, lo mismo que el escrito, tiene su tiempo, y si lo dejas pasar se te aja, como una fruta envejecida que te reprocha haber desdeñado su fresca lozanía.

Por otro lado, está la tertulia del bar de abajo, donde Israel, Irán y todo lo referente a la zona han adquirido un notable protagonismo durante las últimas sesiones plenarias. Un tema como ése, que lleva enquistado en origen desde 1948, y probablemente desde antes, no vamos a poder despacharlo en dos vermús. Y además, no puedo asistir a toda la tertulia por esa escasez de tiempo: me requiere un ensayo de José Luis de Córdoba, por acabar y anotar, pues con él me estoy documentando para algo que traigo entre manos.

Desconozco, en fin, de qué más maneras el mundo intentará distraerme y apartarme del camino de baldosas amarillas. ¿Acaso con la tristeza, con la culpa, con el pasado, con la esperanza, con el amor? Más probable veo lo de Sánchez…

Ha comenzado el lunes sin mí, y unos primeros rayos de sol me han despertado sin fecha. Que al regresar de los sueños haya acabado siendo lunes 16 de junio me ha parecido consecuencia del azar. Lo mismo podría haber despertado en Navidad, en la lluviosa primavera, en el oro viejo de septiembre. He aprendido de Yoda, el perro, a estirar los músculos de todo el cuerpo, incluyendo aquellos que desconocía que tenía. Y después de los ritos de los espejos, recuperada la biografía, el nombre y el ser, el café ha dado paso a estas palabras. Y he sentido ya, sobre mi cabeza tecleante, esas amenazas distractoras. Y estoy escuchando ya a Yoda pidiendo alivio matinal y camino. Los colegios amenazan con acabar. El destino amenaza a los presidentes. El mundo, amenazado por sí mismo, teme detenerse. Y yo temo distraerme de todo lo mío. ¿Ante qué canto de sirena sucumbiré, fracasando en mis deberes? Paradójicamente, uno de los peligros más afilados no viene de prestar atención al circo político, nacional o internacional. Para el tipo de letras, la mayor tentación son las propias letras. La relectura. Mi canto de sirena más peligroso ahora, el de la mismísima Odisea. Qué ganas de apartarlo todo y lanzarme de nuevo al mar junto a Ulises. Pero no, aguanta, Manuel, ponte a lo tuyo, a la novela. Sólo unas páginas, las primeras… ¡Que no! Vade retro, Homero. Un poco sólo… Un poco.


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