Una de las conferencias más apasionantes de Borges, para mi gusto, fue la que dio acerca de uno de sus temas favoritos: Las mil y una noches. Para Stevenson, Arabian Nights. Resulta embriagador volver a escuchar al maestro hablando del Oriente y del Occidente como conceptos; hoy me detengo en cierto aspecto de esa magnífica charla, y es el que se refiere a la autoría. ¿Quién escribió el maravilloso relato de los cuentos con los que Sherezade embrujó a Shariyar? En la interpretación borgiana, el tiempo.
Los que gusten de este tema están avisados de la controversia que existe acerca del canon: ¿qué cuentos pertenecen en puridad a la selección verdadera de Las mil y una noches? En español, contamos con soberbias ediciones. En casa disfruto de la edición de René R. Khawam, de Edhasa, y de la edición de J. C. Mardrus y Vicente Blasco Ibáñez, de Cátedra. Ya conocéis muchos mi aversión a la pedantería, de modo que resumiré esto simplemente diciendo que se discute sobre si los cuentos que se han ido añadiendo con el paso de los siglos al libro pertenecen o no a Las mil y una noches.
Más allá de la traducción en sí, las distintas ediciones se distinguen por el criterio que emplean a la hora de admitir unos cuentos u otros en su selección. Mi opinión al respecto es clara: elijo todas las opciones; ¿para qué cerrarme a nada, pudiendo disfrutar de todos los relatos, uno detrás de otro? ¿Qué me importa si la historia de Simbad estuvo o no incluida desde el principio o si se sumó después? ¿Por qué no contemplar todas las facetas de una obra, incluso las de aquellas versiones deformadas por el tiempo pero que, al cabo, también han llegado a formar parte de nuestro patrimonio imaginario?
E insisto: la autoría. ¿Quién escribe una obra? Cada vez me parece menos importante dar respuesta a esa duda. Y he empezado citando como ejemplo Las mil y una noches pero me centraré en El Silmarillion, de J.R.R. Tolkien. Al escritor de El Hobbit y El señor de los anillos no le dio tiempo de acabar la obra magna en la que hablaba de los tiempos primeros de la Tierra Media. Después de las películas de Peter Jackson, a mucha gente les suenan las andanzas de Frodo, Bilbo, Gandalf, Aragorn… Supongo que hasta quienes sienten aversión por este tipo de historias conocen de sobra quién es Gollum y saben que hay que arrojar el anillo al interior de un volcán antes de que Sauron se haga con él.
Pues bien, todo esto tiene un «antiguo testamento», una «precuela», un libro en el que se narra el origen de esas tierras, de esas razas y de los linajes que acaban dando lugar a las historias de los hobbits, los elfos y los enanos. Y ese libro es El Silmarillion, editado después de la muerte de J.R.R. Tolkien. Fue uno de sus hijos, Christopher Tolkien, el que se encargó de poner orden en las montañas de notas que había dejado su padre y sobre las que éste había trabajado sin descanso durante décadas -desde 1914-.
Fue un trabajo digno de admiración. Tolkien padre era minucioso y perfeccionista, y volvía una y otra vez sobre lo escrito para corregir, armonizar y ofrecer versiones nuevas. Como si se tratase de un descubridor más que de un creador, Christopher se internó en los papeles paternos hasta conseguir armar un relato coherente y ordenado y en el que se contó la cosmogonía de Tolkien, cómo se creó este mundo, qué dioses lo habitaron, la aparición de los primeros seres, las querellas entre ellos, el origen de las luchas entre el bien y el mal… Y el resultado fue ese libro, El Silmarillion, que a mí me parece que es lo mejor de la literatura de Tolkien. Precisamente, porque no lo escribió el padre, sino el hijo.
Pienso que el padre sobresalía imaginando elementos narrativos pero que el que sabía escribir de verdad era el hijo. Porque fue él quien acertó a eliminar, quitar, aligerar, adelgazar, estilizar… Al parecer, tenemos datos suficientes como para afirmar que en manos exclusivas de Tolkien padre El Silmarillion hubiera acabado siendo un tomo de más de mil páginas, con tres de las historias alargadas de un modo exhaustivo, yo diría que hasta desesperante. Es en la brevedad donde distingo la calidad de este texto; es en su manera de sugerir y de respetar la imaginación del lector donde radica su esencia. Las tres historias alargadas habrían sido las de Beren y Lúthien, la de los hijos de Húrin y la de la caída de Gondolin.
El propio Christopher dijo que no deberíamos considerar este libro como algo escrito por su padre, sino como una obra fallida. No estoy de acuerdo. El acierto surge precisamente al haberse quedado a medias. Puede que no correspondiera a lo que el padre tenía en la cabeza, pero es que esta historia ya había dejado de pertenecerle. Lo que el hijo logró hacer me parece superior a lo que proyectaba su progenitor.
Por lo tanto, ¿de quién es obra El Silmarillion? ¿Del padre o del hijo? Permitidme completar la frase y decir que del Espíritu Santo. O del tiempo, que diría Borges. Ojalá a todos los padres sus hijos le mejoraran de ese modo las obras escritas. No fue el caso de Dumas, por ejemplo, pero sí el de Tolkien, a mi juicio.