Algo de cervantina tiene la palabra almagre. Da la sensación de que el Quijote viste de ese color cuando, entre salida y salida, deambula por su biblioteca empapándose los sesos con nuevas cuitas caballerescas. El almagre, ese óxido rojo de hierro que tenemos identificado con las tablas de las plazas de toros. La infancia se nos fue viendo al abuelo teñir de almagre los sueños del torero que no fue, como no lo seríamos nosotros ni en diez vidas. El azar y los amigos comunes, que quizá son la misma cosa, hicieron que conociese a cuatro personas que aparentan vivir en la actualidad pero que se manejan con los códigos de un siglo más honrado, entusiasta y humano que el actual; me refiero al XIX, superior al XX a juicio de Borges, y no digamos ya al presente, al menos por ahora.
Rafael, Rocío, Beltrán y Juan, como cuatro mosqueteros, hacían guardia frente a la fortaleza de las letras, decididos a sacar adelante una editorial de nuevo cuño: Letras de Almagre. Aficionados taurinos y bibliófilos a la par, me brindaron la posibilidad de subir a ese barco que zarpaba hacia los Mares del Sur de los libros, de modo que, dejando atrás la posada, subí, me admiré ante el mapa que prometía un tesoro en forma de páginas impresas y, junto a ellos, aquí estamos, meses después, sacando a la luz un cofre que viene cargado con la primera edición de Cuéntame un toro. Doce relatos que embisten. Se trata de doce cuentos con el escenario de la tauromaquia como elemento común, de género dispar, ya que las historias van de lo fantástico a lo erótico, de la leyenda becqueriana a lo humorístico. ¿Es necesario ser aficionado a los toros para leerlo? No, se trata de literatura, sin adjetivos ni grandilocuencias. No hablamos de un ensayo, de un tratado, de una tesis. Cuento, literatura, letras que muerden y que nos examinan y reflejan. Pues a lo que se dedica uno, ya sabéis, como lector y como escritor. Escribidor, que dice Vargas Llosa, gran aficionado, por cierto.
Letras de Almagre salta al ruedo con este título y con otro, Gente pa tó, de José Ramón Márquez. El cuidado, el esmero, el cariño que ha puesto todo el mundo en el proceso corresponde de manera literal al vocablo bibliófilo. Nos une el amor, la pasión, la obsesión por el libro como forma de conocimiento, de entendimiento, de respeto, de cultura, de vida. La edición viene numerada, detalle muy del gusto del lector añejo. Y se cuenta con la honda y gustosa mirada en forma de ilustración de José Vega.
Se trata del tercer tomo de relatos que publico, tras Breverías y Polyphemus. Estos doce, escritos a fuego lento durante más de una década, me han visto reír y llorar, olvidar y entusiasmarme, ejercer de padre y escapar de varios ministros. Mientras tanto, yo los he visto a ellos surgir a la vida. He conocido a un pintor que intercambia sus capacidades con José Tomás. A un sicario idéntico en lo físico a Andrés Roca Rey y que no puede seguir ejerciendo su profesión porque lo reconocen por la calle. A Morante como anhelo para un Ulises madrileño.
Espero que los lectores que se acerquen a Cuéntame un toro disfruten tanto como yo al escribirlo. Ojalá embistan estos cuentos. Ojalá salgamos empapados de Letras de Almagre, el color en el que soñaba mi abuelo. Él me regaló aquella máquina de escribir, aquella Olivetti DORA del 69. Qué figura el abuelo, cómo lo vio venir.