«No es a Sánchez a quien hay que sustituir, sino al sistema del que Sánchez es consecuencia». Esa frase, tuiteada este fin de semana, ha obtenido una larga lista de contestaciones, casi todas ellas concordantes con el sentido del enunciado, unas cuantas discutiéndolo. La oposición mayoritaria a la idea expresada proviene de la sensación de que la urgencia de echar a Sánchez es tal que ha de imponerse a cualquier otra consideración. Sin embargo, a pesar de que es obvio que el despiece del país jamás había llegado a este extremo, sí que la propagación de la misma idea se había dado. Alfonso Guerra encarnó al látigo contra Suárez. Aznar repetía cada dos minutos lo de «Márchese, señor González». Y cuando Zapatero heredó la presidencia entre el olor de las explosiones, el sentido de urgencia no resultaba menor. Como tampoco lo fue, recordemos, en el momento en el que ponen a Rajoy como respuesta al desastre económico provocado por la estafa de 2008. Entendamos, pues, que el propio sistema se encarga periódicamente de generalizar la idea de que las cosas han llegado a un límite y hay que cambiar. El cambio. O el cambio del cambio, que llegaron a hacerle decir como eslogan a Felipe en un retruécano de laboratorio.
A pesar de todo, lo que urge de verdad es comprender: ¿qué ha cambiado en cada una de esas sustituciones de la cara del tipo que sale en los telediarios rotulado como presidente? Nada. Esos cambios de guardia han seguido una agenda calculada, donde lo único importante ha sido ir envileciendo el país, deshaciendo la sociedad, dinamitando la educación, arruinando a todo el mundo, elevando los impuestos hasta hacer que la palabra desvalijamiento se quede corta. En los últimos tiempos, cierto es que Sánchez y todos cuantos le rodean han hecho que los políticos de principios de los ochenta, por comparación, nos parezcan príncipes romanos. Pero la clase política actual haría parecer académico de la lengua a Platero; a Platero, no a Juan Ramón Jiménez, que no lo fue. Esto es porque el sistema se va envileciendo, cumpliendo su función, y necesita que sus representantes encarnen esa misma vileza suya.
¿Y la solución? Muchos dicen: separación de poderes, democracia. Y es que crece el número de personas conscientes de que en España no hay ni ha habido democracia jamás. El régimen del 78 es un invento de la CIA, tutelado por Kissinger, para que este cortijo de la OTAN sirviese a los intereses de la plutocracia que pastorea el mundo. En la denominada transición, que vendieron como milagrosa y modélica, ya estaban plantadas las semillas de todo cuanto ahora padecemos: esencialmente, el robo a mansalva a manos de una cleptocracia mafiosa organizada en partidos políticos. ¿Y la democracia? ¿Y la separación de poderes? Yo mismo, hasta hace poco, clamaba tales cuestiones. Sin embargo, ay, la edad, me llevó a comprender que no hay separación de poderes, sencillamente, porque no hay poderes, en plural. El poder es único. Singular. Y a lo que sí nos enfrentamos es a manifestaciones distintas o brazos separados de ese único poder: así, tenemos el brazo militar, el político, el empresarial, el judicial, el religioso, el financiero, el farmacéutico, el mediático… Son apéndices de una misma entidad, la que pastorea la granja que habitamos. Y sólo la candidez puede llevarnos a pensar que los brazos de ese monstruo van a pugnar entre sí garantizándonos a nosotros seguridad frente a su amenaza.
¿Entonces? ¿Qué hacemos? Por lo pronto, asimilar lo dicho. El sistema está derrumbándose. No en España, ya perdida irremisiblemente, sino en todo Occidente, que cae como un gigante anciano y superado por juventudes emergentes orientales. Los amos del cotarro han tocado a cambio. A cambio de verdad, no de muñeco. Están rediseñando la granja para sacar más provecho al ganado; como tal nos consideran. Imaginad qué pinta Sánchez en todo esto, salvo ir a lo suyo, obedecer y cobrar antes de que lo quiten. Podéis cebaros con él y con toda su corte, no me extraña. Pero estaréis golpeando al viento, como advirtió Machado. Porque no es a Sánchez a quien hay que sustituir, sino al sistema del que Sánchez es consecuencia.