Como un móvil al que le queda un uno por ciento de batería. ¿Lo has sentido alguna vez? Y con tan poca energía en la recámara, algunas aplicaciones no funcionan. Hay que recargarse. Estás vacío. Los demás. Lo que llevas encima. Las cornadas que no acaban de cerrarse. Ocupaciones que realmente no son tuyas. El cansancio. Y entonces, ¿qué hacer? Charles Bukowski sabía de qué va todo esto. El viejo indecente, gran poeta, también gran crítico literario y muy consciente de sí mismo, tenía su propia técnica, que consistía en no levantarse durante algún tiempo, no salir de casa, permanecer quieto, callado, separado de la manada. Así, en ese aislamiento curativo, él propiciaba el regreso de las fuerzas, encendía de nuevo la llama interna, quedaba listo para el combate. Pensaba el viejo Hank –también se hacía llamar así, Hank Chinaski–, que pasar por esas etapas de clausura era inevitable, y se retiraba a dormitar como un gran oso cansado a la espera del siguiente deshielo. ¿Y lo de escribir? ¿Cómo lo hacía? Lo mismo. Aseguraba que frenaba sus ganas de tomar la máquina, una Underwood creo recordar que tenía. Y no se ponía a darle a la tecla hasta que ya no lo soportaba, hasta que las ganas de volcarse sobre el papel se tornaban irrefrenables. Como si hubiese estado gestando la escritura, como si el verso se hubiera ido macerando en el retiro de su interior. Y entonces, asomaba el oso de la cueva, manaban retornadas las palabras y durante toda una noche de vino, humo y clásica de fondo –se ponía Mahler, entre otros–, entonaba Bukowski renacido la música de los siglos, la vieja y querida melodía que da el tono exacto al escrito.
Murió en el 94, una noche de marzo en que yo andaba ya dándole a la tecla y al vino y al humo. Quiero decir con el dato que él no conoció los teléfonos móviles de ahora. Por ahí se va gran parte de la energía. Cerrar la puerta. Dejar que florezca la soledad, que es la verdadera materia prima del tipo que se pone a escribir. Descansar con la despreocupación de un niño fatigado de piscinas. No recordar nada, dejar limpio el corazón. Que los demás continúen con sus querellas y con sus odios. Y permitir que sea el silencio quien tome posesión de la palabra. Sólo entonces, muchacho, cuando hayas calmado el mundo, tu mundo, cuando te hayas calmado tú, volverá a ser tu interior un mar en calma, un folio en blanco sobre el que amasar nuevas frases, relatos e historias.
No tienes por qué ser escritor para compartir el método. Supongo que esto también vale para los fontaneros, para los jubilados, para los camareros, para los carpinteros, hasta para los seguratas. Apagar el mundo, caminar los senderos interiores, dejar de decir y de escuchar tonterías, comer y dormir como un felino antes de la nueva caza. El viejo Hank sabía lo que hacía. Por eso acabó escribiendo tan hondo, tan puro, tan bien. Pues eso. Click.