Sentado en la terraza del bar de abajo, esperando a los contertulios para arreglar el mundo en tres discusiones. Las mesas de al lado están ocupadas por adolescentes, que entiendo que acaban de salir del instituto. Quizá sean del último curso de Bachillerato y les hayan dado un tiempo para prepararse la Selectividad, que ahora no sé cómo se llama, Evau, creo, o algo así. Soy muy malo a la hora de calcular edades adolescentes. He llegado a creer que ciertas personas no alcanzaban los veinte habiendo entrado algunas de ellas en la treintena. Siempre les echo menos años. Los veo aniñados, supongo, y no concibo otra razón que el estar cada vez más mayor, como es lógico, y que entre uno de veinte y yo cada año se abre un foso más ancho. Hasta diría que más profundo.
Pero tranquilos, amigos, que no vengo a dar la turra con los años y el tiempo, sino con una expresión que no para de proferirse en esas dos mesas que me cercan en el bar. Bro. Bro. Bro. Bro. Bro. Bro. Bro. Bro.
No se trata de ranas, como pudiera parecer. Son los chavales. Chavales de aquí, ataviados con caros harapos y con los peinados que esta época ha elegido para ellos. Bro. Bro. Bro. No paran de pronunciar esa palabra.
–Yo ya se lo dije, bro, que estuviese ahí, bro, porque ese tío se la iba a liar, bro, se veía venir, bro. Ya te digo, bro.
No estoy exagerando para que la columna se tiña de humor. Los bros se suceden a un lado y a otro, y casi no me da tiempo a contarlos. Las charlas adolescentes son intensas, siempre lo han sido. Hablan de traiciones, de lealtades lesionadas, de estar a muerte con no sé quién. Si algún día se reintroduce el concepto de honor, será en los adolescentes, que no lo manejan porque no se lo han explicado, pero que se hallan cerca de él. Bro será hermano, entiendo. A trabajar, hermano, dice Borges en La intrusa. Pero existe un abismo entre esos dos usos. Bro Caín, Bro Abel, con cuál te quedas, vamos a vel. Se me hace difícil no creer que estoy padeciendo una cámara oculta de la tele.
Cuando yo rondaba los quince, se puso de moda el verbo flipar. Todo era flipante, estábamos flipando todo el día, había flipados por las calles. Flipa.
Hoy es bro. Bro. Bro. Un concierto de sapos. Intento recontarlos, pero se me escapan. Me da la sensación de que el número de bros pronunciados va en aumento. Acabarán comunicándose mediante ese único vocablo, distinguiendo significados distintos sólo por la entonación.
¿Bro? Bro. Bro, bro, bro. ¡Bro! Ahhhh. Broooo.
Aquí tenemos el resultado del sistema educativo en coalición con los medios de comunicación y los cruces entre ambos: las series, los móviles y las redes sociales. De unos tíos que dicen bro cada cinco palabras, y puede ser algo aproximado, qué desarrollo mental y espiritual cabe esperar. Esto está hecho a propósito, lógicamente. Una masa de jóvenes destrozados que croan sus bros en manada. Qué caramelito para los que nos parasitan. Qué sumisión tan profunda se puede esperar de los croantes. Bro, no llegan mis contertulios, bro. Mis bros.