Asco

Contaba en su día Vázquez Montalbán que cada vez que salía Aznar en la tele, la quitaba. Con lo cual, el político quedaba desconectado, incapacitado para lanzar ningún mensaje. Lo que movía al escritor a tomar urgente el mando y cambiar de canal no eran las diferencias ideológicas con el presidente. Era el asco. Había llegado a eso. Y si Montalbán regresase de su más allá en Bangkok y viese lo que hay hoy montado, supongo que se asombraría al ver que se han agotado las pilas de los mandos, porque ese asco que en él manaba hacia Aznar se ha extendido y ahora mismo lo sentimos muchos, muchísimos, por todos, absolutamente todos los que ejercen de políticos.

Ahí está el quid. Resulta que ya sabemos que no son políticos, que no se ocupan de las cosas de la polis, otro día hablamos de este interesante término. Estamos convencidos de que los que aparecen fingiendo ser políticos, todos sin excepción, sólo actúan como empleados de otra gente que ocupa un puesto más alto, no electivo, discreto cuando no oculto, y que es a lo que vulgarmente se ha llamado élite. De élite tiene poco, sólo hablamos de un puñado de enfermos mentales con ínfulas de dioses, pero que son los que mandan.

Y lo hacen en esencia a través de sus empleados, los denominados políticos, que insisto en que no son tales porque ya no se ocupan de las cosas de la polis sino de obedecer las órdenes de quienes los han puesto ahí. Por eso se premia en un partido político la obediencia, el fingimiento y la ausencia de escrúpulos, así como la avaricia. Su amos no los seleccionan para que alumbren ideas o tomen decisiones, sino para que ejecuten las órdenes recibidas, siempre contra nosotros.

La UE es un buen ejemplo de esto que decimos. La UE no es Europa, sino una institución que parasita Europa, a los europeos, vía impuestos, y de la que no se recuerda una sola decisión desde su nacimiento que no haya contribuido a empeorar nuestras vidas. El euro puede que sea hasta la fecha su mayor crimen. Ahí viven los eurodiputados, a cuerpo de rey, a costa de nuestros impuestos, a cambio de obedecer los mandatos recibidos y que sólo se encaminan a destrozar la vida de los europeos, de la economía, de la seguridad, de la libertad, de los campos, de la industria, de la naturaleza, de la cultura, de la paz, de la convivencia. En el caldero de la UE, el asco generalizado ya bulle, ha roto a hervir. Siempre quedará un reducto que defienda a los denominados políticos, aunque no se ocupen de la polis, pero esa defensa sólo puede venir ya o del hecho de pertenecer a la banda o de un enganche emocional hacia el torturador, que por lo visto muchos desarrollan.

El otro día lo comentábamos: evidentemente, Putin no tiene ningún interés en ocupar Europa, cuando lo único que puede sentir por esto es desprecio, que se parece al asco porque es su hermano. Pero en el caso de que aquí viniera alguien de fuera a invadirnos –a invadirnos de verdad, en plan militar, no como lo que están haciendo vía inmigración prediseñada– los europeos abrazaríamos al invasor, al Alejandro, al César, al Napoleón de turno, tomándolo como un libertador. Porque nos estaría librando de una legión de burócratas, políticos y enchufados, de toda esa sarna que vive de parasitarnos.

¿Saben ellos que provocan este asco en nosotros? ¿Saben que es ya mayoritario, creciente y sin marcha atrás? Pues claro que lo saben. Mejor que nosotros. De hecho, ahí tenéis sus deseos de rearmarse, de militalizarse, de hablar de guerra. ¿Guerra contra quién? Pues contra nosotros, evidentemente, contra el asco que les tenemos. Lo de Montalbán con Aznar, una broma en comparación.


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