¿Aprobado general? Qué más da…

De acuerdo, vamos con la educación. A día de hoy, 9 de abril de 2020, no sabemos todavía qué va a pasar con el curso escolar. Se estudia si otorgar un aprobado general o no, y esto parece que está alimentando el debate, máxime entre los estudiantes de edades más avanzadas. A mí me preocupa bastante poco el asunto en lo personal, porque en tercero de Primaria, que es donde está mi hija, tú verás lo que me pueden importar las notas. Pero a eso voy.

Desde el principio del confinamiento, los profesores obedecieron órdenes y comenzaron a enviar tareas que hacer en casa. Nada del otro mundo: algo de matemáticas, de lengua, de inglés, manualidades, ejercicios de la asignatura llamada Valores -la alternativa a la Religión-, música… Los distintos profesores se apresuraron a mantener su actividad de cara esto lo notara el colegio -que intuyo que a su vez recibió instrucciones por parte de la Administración-. Unos profesores lo han hecho con talento y demostrando grandes dotes didácticas y otros han actuado de modo contrario. Algunos padres se quejaron de que la carga de tareas era excesiva y otros se mostraron de acuerdo. A mí me dio bastante igual, porque de entrada entendí varias cosas:

Primero. El confinamiento sería para el resto del curso. A pesar de lo que se dijo desde la oficialidad, estaba claro que los estudiantes no regresarían a clase.

Segundo. No se iba a adelantar temario y las calificaciones tendrían que hacerse en todo caso a partir de los trabajos hechos en casa.

Tercero. Esas calificaciones, ¿a quién califican? ¿A los alumnos? ¿A cada uno de los profesores? ¿Al colegio? ¿Al sistema escolar? ¿A lo bien que va la conexión WIFI en cada casa?

Esta mañana leía comentarios de alumnos ya en cursos cercanos a la Universidad que se quejaban de que la única obsesión era calificarlos con un número. «¿Esto es lo que llaman aprender?», se preguntaba una chica. Y yo le he respondido en Twitter: «Sí, eso es lo que llaman aprender». Porque el sistema educativo no está diseñado para que los alumnos aprendan, sino para que repitan una serie de contenidos de cara a que un profesor les coloque un número: de entrada, si están aprobados o no, y después, con una nota determinada. En mis tiempos, el diez era la nota máxima, no sé en qué andarán ahora.

Me has puesto un siete. Un ocho con cinco. Un cinco raspado. Un cero rotundo. ¿Y? Esa calificación, lo recuerdo muy bien como alumno, era la nota que justificaba el sueldo del profesor, pero de ningún modo mostraba el nivel de conocimiento alcanzado por parte de nadie. La escuela está pensada para transmitir a los alumnos una serie de valores que después el sistema social les va a exigir. Son los valores y capacidades que necesita el sistema para utilizar a  esos alumnos cuando éstos sean adultos. Pero ni son modos de interpretar la realidad encaminados a volverlos personas más conscientes ni se imparten conocimientos y destrezas que los conviertan en seres cultos, inteligentes y con conocimiento.

A mí me parece que los temarios, los libros de texto y toda la parafernalia que hay montada conforman una gran maquinaria cuyo fin es el de fabricar ciudadanos uniformes, con baja autoestima, nulo conocimiento y vulnerables ante la manipulación a la que van a ser sometidos. Casi diría que un anti-ciudadano. A partir de ahí, qué nos puede importar que el crío venga con un seis o con un nueve. Como si ponen un número pi en la nota. La única salvación siempre fue la de que el profesor que te tocara fuese bueno haciendo su trabajo: todos hemos conocido casos de maestros estupendos que nos salvaron de los más de dos décadas de adiestramiento escolar.

Los alumnos despiertos perciben en la respuesta del sistema escolar el sinsentido que gobierna la educación. Se da un elemento no obstante que supone una novedad respecto a lo que teníamos hace unas décadas, y es que apenas existe conocimiento que no se pueda adquirir de forma autónoma. El que se percate de que necesita aprender o será una presa más fácil de la atroz maquinaria que lo rodea tiene instrumentos a su alcance como nunca los hubo. Estudiantes: aprovechad este parón en el calendario escolar para adquirir conocimiento. Ahora que los funcionarios del ministerio de Educación están a otra cosa, educaos.

«Desde muy niño tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela», dice el dramaturgo George Bernard Shaw. Yo estoy de acuerdo con eso, pero tan importante como el conocimiento en sí es la socialización del alumno y el cultivo de la autoestima. Y estos dos aspectos tampoco se cuidan en el colegio. No por negligencia del profesorado, entiendo, sino porque es algo que el sistema escolar obvia desde su concepción. De hecho, hasta hace pocos días simplemente discutían los mandamases sobre si dar más temario o menos o sobre si regresar en junio un par de semanas a clase para poder hacer los exámenes. Percibir a diario en manos de quien estamos es un espanto. Siendo así, entonces, ¿por qué dejamos que nos dicten cómo vivir? La educación, como tantas otras cosas, es algo demasiado importante como para dejarla en manos de esta gente. ¿No?


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