Dicen que no se vuelve de un viaje siendo el mismo. Que los ojos que regresan llenos de mundo, paisajes y gentes ya no miran de idéntico modo. Si eso es cierto, cabría pensar que Heráclito constituiría un gran fichaje como imagen de marca para una agencia de viajes. «Cámbiese. Viájese», rezaría el eslogan. Porque el viaje nos somete a un proceso de metamorfosis. Quien se marchó arrastrándose por el barro vuelve transformado en un ente colorido que agita las alas y se enseñorea de los aires en su vuelo.
Pero veréis, nada de lo que yo pueda teorizar o poetizar sobre el tema importa demasiado en comparación con lo que aprenderemos si os hablo de un conocido que sí que ha llegado al fondo de todo esto. El gran viajero, el hombre modelado en el puro viaje, es Antonio Blanco. Él encarna el modo en el que el acto puro de viajar nos explica, nos define, nos da forma.
Antonio Blanco es el protagonista de Sherlock Holmes y el misterio de las voces húngaras, la novela que publica Ediciones Evohé. Con Javier Baonza, editor y amigo, no en ese orden, hablo mucho de Blanco, cuando nos sentamos con el café y la copa y se nos van las tardes comentando las andanzas de Antonio de unas páginas a otras.
Ah, que es un personaje, que no es una persona, dicen allí al fondo. Hombre, es un personaje, claro que sí, y por eso es una persona. Antonio Blanco, será mejor que lo sepáis cuanto antes, al alcanzar la cuarentena vio cómo se le desmontaba la vida. Quedó divorciado, viviendo de alquiler y con el sustento más o menos garantizado, teniendo en cuenta lo que sacó de la venta del piso y que sus gastos no eran muchos. Contable, comercial, nunca le faltó de dónde ir tirando. Vivía en Madrid, sin aficiones, sin amigos, sin pasiones. Y entonces le ocurrió algo que lo arrojó a los caminos, que lo cambió para siempre, que lo convirtió en el viajero por antonomasia. El bueno de Antonio se topó con un modo mágico de viajar al interior de grandes obras de la literatura. Esto tendréis que creerlo para continuar, tal y como hicimos Javier y yo y tal y como hizo él mismo, que al principio se mostró incrédulo ante lo que le estaba pasando.
Ofreceremos más detalles el martes, en la presentación de Sherlock Holmes y el misterio de las voces húngaras, la novela en la que se relata el primero de los muchos viajes que Blanco ha protagonizado de un lado a otro de las bibliotecas, en plural, es difícil medir un trayecto literario. Lo que sí puedo deciros es que cada uno de esos viajes fue como un golpe de cincel sobre el bloque de mármol en bruto que era Antonio. Con cada aventura, él se conoció, se hizo, se encontró. Y eso nos ha enseñado, a Baonza y a mí: que todos nosotros nos hallamos en los caminos. Porque un viaje puede ser a la trama de un caso de Sherlock Holmes, como quien se marcha a Nueva York o a la India, pero también existen viajes al barrio, a la vuelta de la esquina, a una vida cotidiana, viajes sin salir de casa. Viajar es asumir el cambio, recibir como un regalo el nuevo día, estar dispuesto al asombro. Viajar y vivir comienzan con la misma letra. Puede que sean sinónimos.
El próximo martes 20, en la sala María Pandora de Madrid, en la plaza de Gabriel Miró, 1, a las siete y media de la tarde, nos sentaremos los tres a tomar una copa con todos vosotros: el propio Antonio Blanco, que ha confirmado asistencia, Javier Baonza y un servidor. Veníos. Cambiémonos. Viajémonos.