Almas húmedas junto al Guadiana

Existe un parque en Badajoz que se llama de Castelar, a orillas del Guadiana, con sauces, palmeras y altísimos eucaliptos que alcanzan el quinto piso del hotel en el que siempre paro cuando vengo a trabajar aquí. Me da la impresión, desde la terraza, de estar ejerciendo de koala, encaramado a estas alturas. Se ven las aguas del río, que por aquí no se esconde, sino que pasa bien visible camino a su incertidumbre entre la frontera con Portugal. Allí, al fondo, Elvas, una población que se asoma al paisaje como una ensoñación de castillos, aceras en blanco y negro y mañanas pasadas con los ancianos bebedores de absenta.

Esta vez toca agua, lluvia fuerte, insistente y que pone en tela de juicio todo lo previsto para la Feria de Olivenza. Ayer nos calamos hasta el alma, que no se ha secado después de toda la noche, porque el alma posee más memoria que la ropa, que prácticamente sí se ha repuesto ya del diluvio.

Ayer bajaban las nieblas del alba por el Guadiana, antes de que empezase a llover. Y los cielos, que entran de un azul intenso desde Portugal, cruzan más cambiantes y caprichosos que la opinión de un político. Podríamos pensar que el fin de semana se parece a un secuestro, a una reclusión, teniendo que estar aquí, pendiente de si la Feria de Olivenza se suspende definitivamente o no. El ruedo, ayer, quedó enfangado, prometiendo pocas alegrías. Y esa arena tiene pinta de drenar más lenta aún que las almas. Pero no hay sensación de encierro, a lo 2020, porque cuatro libros me esperan. Tres de ellos, de lectura. Uno, de corrección, con el editor esperando la última versión que lanzar a la imprenta, que es una hoguera que se viene arriba cuando presiente una novedad a la que dar curso.

Es difícil pensar en un lugar mejor para exiliarse, de guardia, como el soldado que aguarda paciente a que el coronel dé la orden de ataque. Y estos trabajos, fecundos en tiempos muertos, en esperas felinas antes de lanzarse a por la presa, son el verdadero sentido para el escritor. Ah, el viaje, del que nos llevaremos abrazos y risas de amigos, una labor de amanuense peregrino y un alma que secar. Para que luego digan que no se puede levantar la columna del día sin prestar atención a la ración diaria de mentira y crimen que nos proponen.


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