Ajedrez

Decía Umbral que jugar al ajedrez sólo sirve para jugar al ajedrez. Supongo que con esa frase lo único que quedaba claro es que él no sabía jugarlo. Lo cierto es que la fascinación por ese tablero y por la batalla eterna que se establece entre los dos ejércitos puede ser honda e irresistible. Si te descuidas, tendrás que hacer como Unamuno, que se tuvo que quitar del ajedrez varias veces en su vida porque le ocupaba todo el tiempo. El ajedrez son las primeras nociones, tan de niño que incluso los peones servían para jugar también a muñecos: les ponías un sombrero de plastilina y voces distintas, y ya tenías ahí un sainete de personajes.

Pero el juego se hizo serio, dejó atrás las maneras infantiles y desplegó su hechizo. Los caballos relinchaban en saltos prodigiosos. Las torres se alzaban inexpugnables. Los alfiles, tan góticos, resultaron puñales. El enroque aún me parece un golpe de magia. La dama, una eficaz Matahari. Y que el peón corone y se metamorfosee en otra pieza siempre ha merecido el adjetivo kafkiano. El ajedrez ha ido y ha venido, incluso estando tan presente que ha acabado apareciendo en sueños. Cuando empiezas a soñar con ciertas jugadas, entonces es el momento de claudicar y de hacerse un Unamuno.

Más tarde descubrí el placer que hay, no sólo en el hecho de jugar al ajedrez, sino en el de contemplarlo. Para entendernos, dejas de aspirar a ser Goya y empiezas a disfrutar del Museo del Prado como visitante. En esto ha tenido mucho que ver Leontxo García, divulgador, periodista, ajedrecista, que lleva décadas ejerciendo como apóstol del tablero. Todavía veo En jaque, su programa de televisión de los ochenta, y no digamos sus vídeos actuales, pan de cada semana. Él nos ha enseñado que puede haber tanta belleza en una partida como en un poema. Existen versos magníficos, sí, pinceladas de belleza de Fischer, Tal o Carlsen. Uno se ha deleitado con la adolescencia del ajedrez, en ese juego directo y romántico del XIX. Con la genialidad de Morphy. Con la brillantez dandi de Capablanca. Con el imperio ruso del tablero, el de Botvinnik y sus herederos. Con el sigilo letal de Anand.

Somos niños que siguen diariamente la rivalidad titánica entre Kárpov y Kaspárov. Somos adolescentes conmovidos ante la llegada de Deep Blue y su victoria doblegando al campeón humano. Acaso seremos ancianos que volverán a tomar la plastilina para elaborar sombreros y hacer que los peones vuelvan a esa condición mágica de personajes.

Por lo pronto, nos conformaríamos con que Leontxo García nos concediese una entrevista, porque, a pesar de lo que pensaba Umbral, el ajedrez ha sido desde siempre el impulsor de muchas de las tecnologías sin las cuales ahora no sabríamos vivir. Test de Turing. Las mieles de la IBM. El ordenador cuántico… Primero pensamos que la máquina no podría jugar al ajedrez. Después, que no sería capaz de derrotarnos. En última instancia, que la creación de belleza estaba reservada para nosotros. Pero yo he visto hermosas jugadas de Stockfish. Luego, ¿qué nos queda? ¿Jaque mate? Tengo tantas preguntas al respecto. Y tiene pinta Leontxo de conocer algunas respuestas.


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