A más obediencia, más dictadura

Hace más de un año que la élite dio comienzo a su campaña de terror para someter a la población. A estas alturas, quizá lo único que podamos afirmar con certeza respecto al llamado covid es que está siendo empleado por los gobernantes para implantar una dictadura.

Sin datos fiables, puesto que no existen pruebas específicas que identifiquen a los realmente enfermos (sea lo que sea la tal enfermedad), pero sabiendo que el discurso oficial miente por definición, no hay que andar muy espabilado para comprender que el fin último de todas las operaciones es el de mantener aterrorizada a la gente, que de este modo aceptará cualquier cosa.

Después de la matanza del año pasado en residencias a causa de los protocolos inadecuados que se ordenaron y tras la intensa desatención sanitaria de todo lo que no sea etiquetado como «covid», ahora han empezado las campañas de inoculación de una serie de sustancias experimentales. Les llaman vacunas, pero también llaman democracia y libertad a esto que tenemos…

Parece ser que existen personas dispuestas a dejarse inocular un producto de laboratorio del que nadie se hace responsable pero que la élite, mediante sus campañas propagandísticas, insiste en que te inyectes. No están ahorrándose esfuerzos: han sacado a rostros conocidos a invitarte a que te pinches, mientras que evitan dar voz a los científicos que no viven de la subvención, los que están clamando por ser prudentes ante los efectos adversos a corto, medio y largo plazo.

Contra la disidencia, el poder siempre sigue la misma pauta, en este orden: ignorar, desprestigiar, atacar y, llegado el caso, eliminar físicamente.

A raíz de la denominada crisis económica de 2008 dijeron que el que firmaba una hipoteca tenía que saber lo que estaba firmando, haciéndolo responsable de la estafa general que se produjo para robar a la gente y dárselo a los de siempre. No me extrañaría que, a no tardar, esgriman el mismo argumento y se laven las manos diciendo que el que se dejó inocular tenía que saber lo que se estaba dejando meter en el cuerpo.

Ninguna de las medidas adoptadas posee carácter sanitario, y además se saltan la legalidad vigente: toques de queda, prohibición de moverse con libertad, andar por la calle con un trapo nocivo puesto sobre la boca y la nariz, obligar a los niños a amordazarse con ese bozal en los colegios, propiciar el desasosiego con sirenas injustificadas… Todo por el miedo.

Gran parte de la masa asustada y sumisa obedece pensando que cuanto más se sigan las disparatadas y contraproducentes medidas dictadas por los gobiernos y promocionadas mediante sus medios de comunicación, antes acabará todo esto.

Pero todo esto no ha hecho más que empezar. Cuanto más se tarde en decir basta, más durará.

A más obediencia, más dictadura.


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