2 de mayo

Como cada 2 de mayo, se levanta uno, mira ahí enfrente, hacia Móstoles, y comprueba que no queda rastro del francés. Hoy no son las tropas napoleónicas las que nos cercan, sino los relámpagos que destellan anunciando nuevas lluvias en el año más seco de los últimos ochenta mil siglos, tal y como pronosticaron los expertos en decirnos cómo tenemos que vivir.

Llueve. Hace bueno. Abren bares que ayer cerraron y viene el aire cargado de ozono. O de Morante, no sé bien. Porque apenas hemos podido soñar esta noche, ya que lo traíamos todo soñado después de ver lo del de La Puebla en La Maestranza.

Pero es 2 de mayo, digo, y eso significa que hay que escuchar la canción del Krahe dedicada a este día y después aprovechar la mañana dándole a la tecla antes de irnos para la plaza. Si es que la lluvia lo permite.

Hoy se cierra el ciclo galdosiano que se abrió el 19 de marzo. Pero tiene razón Bukowski cuando dice que nos vamos enredando con las fechas, con los números, con las conmemoraciones y las efemérides, y lo único cierto es que el tiempo sigue pasando, ajeno a nuestras cuentas, y que esta estampida hacia adelante de los calendarios no muestra misericordia. Cuando recuerdas a un amigo ya ido, te das cuenta de que han pasado cinco, seis años de su partida, y sin embargo parece que fue ayer cuando os tomasteis el último vino juntos.

Ayer leí acerca de la física de la información. Ahí andan, dando palos de ciego con la gravedad, el tiempo, la luz, que siguen siendo misterios y que van dejando en ridículo a quienes pretenden encerrarlos en una fórmula o un concepto que caduca en cuanto llega el siguiente con una nueva teoría. Porque, ¿hacia dónde va el tiempo, en esa carrera indómita que los poetas apenas han sido capaces de atemperar? El tiempo se ensancha, se esparce sobre las memorias, se gasta, se pierde y se acaba. «Cómo no malgastar el tiempo que me queda», se pregunta el maestro Battiato.

Llueve tiempo sobre las calles olvidadas por la prisa. Gotean los segunderos. Fluye el agua como un río de años. Y se forman charcos de recuerdos.

Sólo hay un modo de vencer al tiempo y es olvidarte de él. Es decir, asumir que no hay victoria posible. Un Kobayashi Maru más que nos enseña a perder. Permitir que las décadas te vayan firmando el cuerpo y que hagan crecer las cosechas y que te roben a los que quieres y que alteren los dibujos de las constelaciones. Cuando escribes, la tinta real con la que vas dejando hecho lo tuyo es el tiempo, tu tiempo, el que ya no te queda porque lo has dejado impreso sobre el papel y sobre los días.

No venden horas de regalo en El Corte Inglés o en el chino de la esquina. Los impuestos son una entrega de nuestra vida. Y a lo mejor es que todo esto de la fugacidad y de lo irrecuperable del tiempo sólo lo comprende Morante. Pero qué recibo ayer, derramando largas.


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