Rossi o Saturno devorando a sus hijos

Valentino Rossi pateó ayer a su propio mito. Cuando por enésima vez Márquez lo pasaba en ese antológico toma y daca que encandila incluso a los que no sienten la pasión por el motociclismo, el campeón italiano no pudo más. Algo se quebró en su interior, algo que ya venía dando signos de derrumbarse desde hacía días. El italiano se ha pasado una semana largando contra Márquez. Decían que por estrategia, pero ahora sabemos que ha sido por miedo. Con el terror con el que Saturno devora a sus hijos, que es el de un anciano que teme que los vástagos dispongan de él y lo metan en un geriátrico, así es como Rossi no ha sabido gestionar que Marc, el que más se le parece, el que se ha criado a los pies de un póster suyo, pusiese en peligro su posible última corona de laurel.

Rossi, el ídolo, el simpático, el arriesgado, el descarado… jugando siempre al límite, ayer traspasó esa linde. Mientras los suyos sofocaban gestos iniciales de alegría por la patada, al darse cuenta de que estaban siendo observados por las cámaras, él se encaminó hacia el peor podio de su carrera. Si en el motociclismo queda justicia, aunque sea de la poética (sería de los pocos lugares en resistir la ola de mediocridad), en Cheste el campeón será español. Rossi ha conseguido que mucha gente desee que Lorenzo sea el triunfador este año, a pesar de las mareas de antipatía que Jorge despierta. Y eso es una proeza. Después de ayer, no se sabe qué es peor: si las explicaciones de Valentino nada más acabar la carrera, susurradas por su jefe de comunicación, si el momento en el que explica su versión de lo ocurrido a Pedrosa -ante la cara de póker de éste-, si su ausencia en la sala de prensa o si la sanción decretada, que a nadie deja satisfecho y que abre la posibilidad de que patear a un contrario en plena carrera no suponga más que un contratiempo sin demasiada importancia. Cuando el sentimiento de injusticia toma un deporte, el espectador puede despertar del encantamiento en el que había caído. Y suele levantarse e irse a vivir, algo que estaba postergando.

Si Rossi quiere estar a su propia altura, si no quiere perder su aureola, debería arrojarse él mismo de la moto en Valencia. Sólo así salvaría su grandiosa trayectoria. Sólo así se salvaría de su ocaso. De su cabezazo de Zidane. De devorarse a sí mismo, como un Saturno insatisfecho.


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