Que vienen las urnas

Parece el título de una película de la transición. O de la Transición, con mayúscula, eso ya depende de sensibilidades y de los planes de estudio con los que se criara cada uno. Lo cierto es que llegan los votos, como se dice todavía en ciertos lugares, y da la sensación de que lo hacen como un modo de amenaza para muchos. Para los que ostentan cargos, para los que no tienen qué decir, para los que se parapetan en despachos, para quienes comen o subsisten gracias al clientelismo, para los que están anclados en el pasado y hasta para quienes esperan que el futuro solucione cualquier problema con el mero pasar de los calendarios.

Vienen las urnas, que vienen las urnas, y hay quienes temen por lo que pueda salir de ellas y quienes temen por lo que pueda no salir. Las dudas, no obstante, no las disipará ningún ministro portavoz enunciando resultados. El domingo por la noche nos van a decir cuántos números de votos y cuántos escaños se queda cada partido, pero, ¿estamos viviendo un gran cambio político o no? ¿Este anunciado cambio será, si es, para que se transforme la realidad del país o para que las instituciones se actualicen de forma superficial pero sin meterle mano a los problemas que acucian a la calle? ¿Se producirá un relevo de personas y de generaciones pero no de políticas? ¿Alguien recordará el lunes lo importante que parecía hacía un mes lo de la reforma educativa? ¿Viviremos mejor o peor en 2016? ¿Qué diferencia habrá en los grandes temas? ¿Cuáles son esos grandes asuntos? ¿Se puede ir a peor? ¿Qué hay de realidad en todo cuanto percibimos de este entramado político y social?

Que vienen las urnas. Yo, como voté por correo hace bastantes días, he vivido la campaña con la tranquilidad de no tener que elegir. Y no sabéis lo distinto que es escuchar promesas electorales sin la necesidad de masticarlas y digerirlas. Ha sido como ir al supermercado después de comer, sin hambre, sin la angustia del hambre. Qué suave es todo habiendo votado antes de la campaña. Me temo que lo haré siempre así. Voté por desahogo, no obstante, sabiendo que el escepticismo -sobre todo respecto a uno mismo- no cabe en una papeleta. Conviene recordar que un voto puede cambiar un gobierno -eso dicen- pero, ¿y al votante? ¿Quién nos cambia, además del tiempo?


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