El nombre, como una etiqueta, puede servir para indicarnos qué hay de cierto en algo, pero también es capaz de mentir. El discurso oficial, el discurso que emana del poder, usa los nombres para engañarnos.
Lo llaman democracia, que supone que el pueblo controla a los gobernantes, cuando quienes mandan se afanan en someter a la población.
Lo llaman vacuna, aunque por lo visto planean inyectarte una sustancia que pretende trastearte el ADN: lo cierto es que ni siquiera sabemos qué proyectan inocular a la población ni con qué intenciones.
Las llaman medidas sanitarias, pero han sido diseñadas para controlar y para enfermar. Lo llaman crisis, pero consiste en un plan en el que se percibe la estafa colectiva. Los llaman impuestos, pero constituyen un robo. Lo llaman educación, pero es mero adoctrinamiento. Lo llaman comunicación, pero es censura y control de la información. Lo llaman justicia, pero establece su capacidad para delinquir.
Nunca ha sido tan importante traducir los mensajes con los que nos bombardean las instituciones oficiales. Porque nunca nos han mentido tanto ni con tanta intensidad.
Los llaman benefactores, servidores, líderes… pero son unos criminales.