La balsa de piedra

Que dice Hacienda que hay 40.000 millones de euros de contribuyentes españoles fuera de España, y que casi la mitad de ese dinero está en «lugares opacos». Ahora los llaman así. Los conocemos como paraísos fiscales: Suiza, Andorra, Luxemburgo… esos países imaginarios. Espronceda cantaba que el pirata tenía como única patria la mar; pero la patria de estos señores que sacan su dinero del territorio nacional no es el océano romántico, sino su propia cartera. ¿Habremos de culpar? ¿Quién no querría y haría todo lo posible por evitar a los inspectores que vienen desde el castillo feudal para quitarnos los sacos de trigo, usando para ello el nombre de «impuestos»? Pero sí sería de agradecer que se hablara claro. Por ejemplo, que dejen de hablarnos de patrias, porque además quienes más agitan las banderas suelen ser los que encauzan sus ríos de dinero al mar de capitales que baña Suiza, la que no tiene playa. Que dejen de decirnos que no debemos tener como ejemplos a Rinconete, Cortadillo, el Guzmán de Alfarache, Justina, el Buscón llamado don Pablos o Lázaro de Tormes. Ya lo dijo este último: sólo hay dos vidas, la de Corte y la pícara. La vida de Corte, la de los que viven a expensas de los demás; la vida pícara, la de los que van tirando como pueden, intentando que el ciego no se entere de que toman las uvas de tres en tres. La trampa está en intentar juzgar todos los actos como si fueran el mismo: nos dicen que tan culpable es el que saca diez millones de euros a un paraíso fiscal como el que no paga diez euros de IVA. Y con este presupuesto intentan que todo valga, que el camello pase por el ojo de la aguja.

Lo dice la propia expresión: paraísos fiscales. Y es que a esos paraísos no va el que quiere ni el que lo merece, sino el que puede. Eso sí: si desean saber si todos somos iguales, si merecemos el mismo apelativo, dennos a cada uno diez millones de euros y a ver qué pasa. Por sus frutos los conoceréis. José Saramago, en La balsa de piedra, ya explicó que al marcharse los ricos y sus capitales los ciudadanos seguían siendo igual de pobres que antes: el dinero de los ricos, esté donde esté, es de los ricos. Natural. Y lo natural es el paraíso, donde los millones andan desnudos, sin pecado y alejados del sudor de la frente ajena. Yo no pido los diez millones de euros. Para ellos. Sólo pido que nos dejen en paz con las doctrinas.


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