Paseo por el centro de Madrid en día de exaltación patria. Banderas de España, familias de militares. Las orillas de Atocha ven pasar un río de soldados. Me gustaría que Ramón Gómez de la Serna hubiese dejado dicho que un desfile es una marcha hacia una guerra inexistente, o algo así. Lo bueno de las greguerías es que todas parecen haber sido hechas por Ramón.
Cruzo Tirso de Molina, donde no han calado los fastos del Prado; en mi antiguo barrio, más bien parece que está ocurriendo un domingo de pueblo, y veo mucho chándal, gente haciendo mudanzas y niños que juegan a la guerra, como ensayando ya para convertirse en soldados y poder desfilar dentro de veinte años. Me asalta la duda de si se puede llamar Fiesta Nacional a un evento que no consigue traspasar del todo las calles principales.
Pero a los restaurantes de postín sí que llegan noticias y protagonistas desde palacio. El desfile hace de prólogo de lo verdaderamente importante: los corrillos aúlicos. A mí me sigue pareciendo que la reina Letizia desprende cierto aire de tristeza, aunque hay quien percibe en ella frustración, como si algo largamente proyectado le hubiese salido mal. Al rey se le intuye más preocupado, y ocupado, por la cuestión catalana que por los susurros cortesanos. Aunque, a qué engañarnos: los buenos palacios parecen diseñados para la voz baja, el amorío secreto y la efusividad entre cortinajes.
Y me quedo con la imagen de Albert Rivera desatando pasiones, hasta el punto de que precisa de un Dumas que lo retrate como una señorona que alboroza los corazones de los nobles, de los grandes empresarios y de los políticos ansiosos de pactos. Rivera podría ser una encarnación del cambio del mismo modo que Pablo Iglesias podría estar personificando la ausencia. Rivera llegó desnudo a los carteles. Iglesias, por perder, ha perdido la ropa y hasta el mismísimo cuerpo. La diferencia estriba en que al líder de Podemos se le decía hace poco que era el nuevo Felipe González y, por su parte, el líder de Ciudadanos opta por la evocación de Adolfo Suárez.
La crónica, en fin, la completan Rajoy, que asegura que va a volver a ganar y se marcha rápido a Nueva York, a seguir con el lío, y Pedro Sánchez, que según publican los papeles pretende junto a Mariano debates electorales a solas, sin Rivera ni Iglesias. Si esto fuese una comedia palatina, hoy no estaría claro quién es más vergonzoso en palacio.
Y después del lunes 12, martes y 13. Los calendarios no dejan de ponernos a prueba.